martes, 17 de agosto de 2010

Tres visiones del infierno. Mario Rucavado Rojas

Tres novelas, tres ciudades sumidas en un caos que viene desde afuera. No ignoramos que entre Almas muertas, Los demonios y El Maestro y Margarita hay grandes distancias, debidas no solo a sus contextos históricos sino a la estructura misma de cada novela. Sin embargo, pensarlas como una serie (en el sentido formalista del término) permite descubrir importantes semejanzas, a la vez que ilumina, al contrastarlas, sus diferencias, y muestra una dinámica donde cada autor busca responder (o reescribir) a sus antecesores.

¿De qué tipo es la relación que las une? Para trazarla nos basamos en la Teoría de las Influencias de Harold Bloom, que plantea, a grandes rasgos, que “el significado de un poema sólo puede ser un poema, pero otro poema, un poema distinto del poema” (itálicas en el original), y esto debido a que todo poeta se forma en una lucha con sus antecesores. En este caso, Dostoievski tuvo que luchar con Gógol para poder encontrarse a sí mismo, cosa que reconoció: “Todos los escritores rusos descendemos de ‘El capote’ de Gógol” (se duda de la autenticidad de la frase, pero si no la dijo debió haberlo hecho). De este agón salió El doble, una de sus mejores piezas, que muestra una deuda muy clara con Gógol, incluso desde el subtítulo, “Un poema petersburgués”, que recuerda el de Almas muertas, “Poema”. Y en Los demonios tenemos una nueva batalla en lo que claramente fue una larga guerra.

Bulgákov también tuvo que batallar con sus propios demonios, que incluyeron a esos dos colosos de la novela rusa. En El Maestro y Margarita no solo vemos sus muchas deudas, sino su intento de pagarlas mediante una superación. Siguiendo con la teoría de Bloom, este plantea varios “cocientes revisionistas” o errores de interpretación, es decir modos en que los poetas reescriben a sus precursores. Uno de ellos lleva por nombre tésera, o “completamiento y antítesis”, y Bloom lo define así: “Un poeta antitéticamente ‘completa’ a su precursor al leer el poema-padre conservando sus términos, pero logrando otro significado, como si el precursor no hubiera ido suficientemente lejos”. No pretendemos que haya una concordancia perfecta, y la teoría de Bloom, pese a ser muy interesante, tiene sus defectos. Dicho esto, la noción que planteamos permite pensar en modo sugerente la relación entre los tres autores. Dostoievksi trata de ir más lejos y así completar a su maestro Gógol, y Bulgákov trata de ir más lejos que los otros dos[1].

Para entender esto, conviene aclarar ciertas cuestiones. Adoptamos la lectura alegórica de Almas muertas, es decir, la consideramos la visión del infierno de Gógol[2]. Siguiendo esa línea, leemos Los demonios y El Maestro y Margarita como otras tantas figuraciones del infierno, sin pretender agotar ninguna de las tres novelas con esta lectura. Es, sencillamente, la perspectiva que nos permite relacionarlas de la forma más fértil. Si bien en el caso de Bulgákov no es difícil verla desde esta óptica, dada la presencia de Satanás en persona, se nos podría objetar que Dostoievski basó su novela en un hecho real[3], y que buscaba reflejar la situación de la Rusia de entonces. En nuestra opinión, esta objeción carece de validez porque, por un lado, nuestra lectura no excluye otra más ajustada al contexto de la época, y por otro, Dostoievski no podía separar consideraciones políticas de otras de tipo moral y, sobre todo, religioso, que le preocupaban, y por eso lo que él ve no son consecuencias sociales de acciones políticas, sino consecuencias morales de ideologías[4].

Ya señalamos que en las tres novelas se nos muestra una ciudad arrastrada al caos. En cada caso, la novela arranca con la llegada de un extranjero que resulta ser un enviado infernal[5]. En la primera tenemos al comprador de muertos Chíchikov. En la segunda la cuestión es menos simple, pues el rol de Chíchikov está escindido en dos personajes: Piotr Verjovienski y Nikolái Stavroguin[6]. El primero cumple un rol de catalizador, y es el principal responsable de los crímenes, ya sea que los cometa él mismo o a través de subordinados (en el caso del incendio), y es el que embauca a la esposa del gobernador, convirtiendo al gobierno provincial en su instrumento. Aquí podemos ir señalando la distancia respecto a Gógol, ya que si Chíchikov era “el representante mal pagado del demonio” (Nabókov), Verjovienski es un verdadero sicario infernal. Sin embargo, el protagonista de la novela es Stavroguin, y él es en última instancia la mayor fuente de mal, una especie de agujero negro o versión perversa del Primer Motor Inmóvil. Rara vez toma la iniciativa, pero a su alrededor giran los demás personajes, y todo lo que ocurre emana de él (o hacia él). Verjovienski pretende hacerlo líder de su “movimiento”, Shátov desde la ideología contraria le pide algo similar, y varias mujeres se rinden ante él: su madre Varvara Petrovna, Lizavieta Nikoláievna, Daria Pávlovna, Maria Timoféievna y Maria Shátovna. En El Maestro y Margarita tenemos una única figura, como en Gógol, pero conviene recordar que lleva un séquito consigo a Moscú. Recapitulando, en las tres novelas tenemos agentes de caos que vienen de afuera de la ciudad, y no es excesivo ver una progresión desde el redondo Chíchikov, pasando por el sanguinario Verjovienski y el amoral Stavroguin, hasta Voland, Satanás en persona, con su corte infernal.

Antes de seguir mostrando el proceso de tésera es importante introducir otra noción. Bajtín analiza a Gógol en términos de la “risa popular”: ve en Almas muertas “las formas de marcha alegre (carnavalesca) por el infierno, por el reino de los muertos”, y lo relaciona con Rabelais y con los Sueños de Quevedo. Esto ilumina una gran diferencia entre las novelas: el humor. Dostoievski, pese a ser capaz de crear episodios bastante hilarantes, no tiene una pizca del sentido del humor de Gógol. La risa de Gógol es “luminosa” (Bajtín de nuevo), natural; en Dostoievski la risa, cuando aparece, a menudo es cruel (como en los episodios que involucran a Stepán Trofímovich). Lo que en el primero era comedia, aquí es tragedia; acorde con la definición de tésera, toma los términos de Gógol y con ellos logra otra cosa. Gógol veía el mal en términos de la mediocridad; Dostoievski lo ve en términos del crimen y de la ausencia de Dios. Bulgákov, que a su modo repite este movimiento, retoma elementos de ambos: aunque estilísticamente esté más cerca de Gógol, las preocupaciones trascendentales (y su reflejo altamente negativo de cierta ideología) también lo emparientan con Dostoievski. Además, la yuxtaposición de tragedia y comedia (aunque prefiera esta última) se ajusta bastante bien al completamiento antitético que buscamos demostrar.

Acorde con las continuidades que buscamos mostrar, Los demonios también puede verse como una especie de carnaval, aunque sangriento, que por lo tanto necesita de un agitador (Verjovienski) que lo conduzca por derroteros bastante poco alegres. Por otro lado, en El Maestro y Margarita no hay que esforzarse: el aspecto carnavalesco es absolutamente manifiesto, y el propio Bajtín, tras leer la obra, se manifestó en ese sentido: “Personalmente, me es muy cercana por su espíritu”. Boris Sokolov (de quien tomamos la cita de Bajtín) confirma la afinidad de la novela con los conceptos que Bajtín desarrollara en torno a la sátira menipea, “en tanto y en cuanto combina lo risible con lo serio, la filosofía y la sátira, la parodia y lo fantástico infernal mágico, y la tan apreciada por Bajtín carnavalización de la realidad logra su culminación en la sesión de magia negra en el teatro Varieté”.

Hay algo evidente que no hemos abordado, pero es hora de hacerlo explícito. Si las tres novelas son visiones del infierno, también tendrán que contener, necesariamente, representaciones del mal, y el lugar en que cada una lo ubica es clave para entender plenamente la relación que las une. Aquí El Maestro y Margarita se revela como el caso más complejo, no solo por su mezcla, que ya señalamos, de elementos risibles y serios, sino también por su estructura, harto señalada por los críticos, de tres mundos: “el antiguo de Iershalaím, el eterno del más allá y el contemporáneo moscovita” (Sokolov). Las relaciones entre ellos son motivo de discusión, pero aceptamos, en principio, la idea de Sokolov de que los mundos del más allá y del Moscú contemporáneo parodian el mundo antiguo de Iershalaím (Jersusalén). Es decir, hay una clara pérdida (moral y de otro tipo) respecto del tiempo de Poncio Pilatos.

Para señalar cómo Bulgákov reescribe a sus dos precursores vamos, primero, a la pintura del mal que nos ofrece Gógol. No es el mal trágico, teológico, metafísico o elevado en cualquier sentido. Si Gógol pretendía “hacer del diablo un imbécil”, como declaró en una carta, es porque veía su accionar no en crímenes escabrosos o epidemias desoladoras, sino en las trivialidades diarias, en la mezquindad humana más cotidiana, y por ello más dañina. Dmitri Merežkovski habla de un “cálculo diferencial” que pone al descubierto la pequeñez del mal. En Almas muertas, el crimen brilla por su ausencia. Violencia hay poca, y la única muerte es la del fiscal por “preocupación”; bastante ridícula, sobra decir. En cambio, hay fiestas y comidas sin fin en las que se ridiculizan todas las vulgares convenciones sociales.

Todo esto (y más, por supuesto) está presente en El Maestro y Margarita. El sistema soviético se ve desnudado una y otra vez por Voland y compañía. Vemos cómo la corrupción, la mediocridad y el clientelismo son la norma: el Massolit, con los privilegios que dispensa a sus miembros y que llevan a Riujin y a Iván Biezdomni a escribir malos versos con tal de disfrutarlos; Stepán Lijodéiev, inepto director del teatro Varieté; Arkadi Sempleyárov, que usa su posición para favorecer sus amoríos; Aloísi Mogárich, que acusa falsamente al Maestro, y sin embargo al final de la historia logra subir de posición y ser el nuevo director del Varieté, tan mediocre como el anterior; Nikanor Bosói, que sin empacho admite que “todos roban en la Dirección de la Comunidad de Vecinos” con tal de librarse de la acusación de haber tomado divisas.

Pero la incapacidad del sistema soviético para lidiar con la presencia de Satanás en Moscú se presta para más que mero ridículo. Muy ilustrativa es, en este aspecto, la conversación de Voland con Berlioz e Iván Biezdomni al comienzo de la novela. Ante la pregunta de quién, si Dios no existe, conduce la vida en la tierra, Iván responde, acorde con la ideología soviética, que el mismo hombre lo hace, y Voland se burla de él: “¿cómo puede el ser humano dirigir si está privado de la capacidad de formular cualquier plan, incluso de breve duración, bueno, digamos mil años, él, que ni siquiera puede estar seguro de su propio día de mañana?”. Aquí Bulgákov se muestra afín a una de las ideas que se repiten en toda la obra de Dostoievski: la incapacidad del hombre, en particular la insuficiencia de su capacidad racional, para poder entenderse tanto a sí mismo como al mundo. En palabras del Hombre del subsuelo, la capacidad racional “tan sólo representa una vigésima parte de toda mi capacidad de vivir”; en las del padre Paísi, pese a los esfuerzos de la ciencia mundana, “el todo está antes sus ojos tan inmutable como antes”. El elemento fantástico que Bulgákov introduce en Moscú muestra hasta qué punto se muestra limitada una forma de pensar que pretende conducir todo por el cauce de la racionalidad[7], y quizá el mejor ejemplo de esto sean las intervenciones ridículas del animador Bengalski durante la función en el Varieté, que incluyen “todos estamos a favor de la técnica y su explicación”. Voland y su séquito simbolizan (y no solamente ellos) todo aquello que la razón será incapaz de aprehender por más que lo intente.

Volvamos a Los demonios. Aquí el mal no lo vemos en esa mediocridad cotidiana que era el principal blanco contra el que disparaba Gógol. Dostoievski contempla con horror la propagación de ideas radicales, y la novela muestra el baño de sangre que él cree que sobrevendrá si estas ideas triunfan. Estamos ante un mundo sin Dios: el protagonista, Stavroguin, representa la nada, un vacío moral sin fondo. Su indiferencia ante la propia vida, ante el bien y el mal, la manifiesta él mismo en su carta a Daria Pávlovna. Más aún, no hay quien ante ese vacío ofrezca un ideal positivo[8]. Shátov lo intenta, pero incluso él, un eslavófilo, no logra creer en Dios[9]. Kirílov se nos muestra luminoso gracias a su coherencia y determinación, pero al final es un cadáver más. Lizavieta y Daria aman a Stavroguin y tratan de salvarlo, pero en esta ciudad el amor ha de fracasar. No es, como plantea Iván Karamázov, que “si no hay Dios, todo está permitido”, sino que si no hay Dios, el crimen es la única posibilidad, y la sangre el único destino.

Bulgákov también enfoca el mal desde una óptica religiosa, en particular en la novela sobre Poncio Pilatos, pero donde más cercano es a Dostoievski es en “la prioridad de los simples sentimientos humanos sobre cualquier relación social” (Sokolov), es decir la afirmación del amor al otro por sobre las jerarquías sociales que reproducen relaciones de amos y esclavos. Conviene recordar el final de Memorias del subsuelo, donde la prostituta, Liza, responde a los insultos del protagonista con un abrazo; como señala Tzvetan Todorov, “Liza rechaza tanto el rol de amo como el de esclavo, ella no desea ni dominar ni complacerse en el dolor: ella ama al otro por él mismo”. Es justamente lo que no logra ningún personaje en Los demonios, en particular Lizavieta[10], quien se entrega a Stavroguin por amor para luego terminar asesinada por una turba; no por nada dijimos que el de la novela es un mundo sin Dios. En el caso de Bulgákov, Margarita logra la salvación[11] gracias a su incondicional amor por el Maestro: de nuevo triunfa lo que escapa a la racionalidad.

No hay que dejar de señalar otro elemento. Al margen de la visión bastante distorsionada que tuviera Dostoievski de los movimientos revolucionarios, no es menos cierto que llegaron al poder a costa de gran cantidad de vidas (recordemos la Guerra Civil Rusa) y que una vez ahí se estableció un gobierno totalitario al que habría envidiado un zar. La frase de Shigaliov, uno de los miembros del grupo que establece Verjovienski en la ciudad, resulta perturbadora ante lo que fue el estalinismo: “Partiendo de una libertad ilimitada, llego a propugnar el despotismo ilimitado”. Y el aparato represivo estalinista, ilimitadamente despótico, es el telón de fondo de la acción de El Maestro y Margarita. Por acá llegamos a lo que es, quizá, el centro de nuestra argumentación.

Planteamos que las tres novelas forman una serie, y que cada una realiza un movimiento de tésera, o completamiento antitético, respecto a la anterior. Hemos mostrado cómo Dostoievski realiza este movimiento transformando lo que en Gógol era comedia en una tragedia. A la vez, hemos mostrado la presencia en Bulgákov de elementos de ambos autores. Sin embargo, si queremos demostrar nuestra hipótesis, hay que ir a la representación del mal que el propio Bulgákov elabora, la cual, hay que añadir, es la más compleja, así como quizá la más escalofriante. Bulgákov parece ser a la vez más cómico que Gógol y más filosófico que Dostoievski en su novela, donde hay, además, más realismo y más fantasía que en sus dos precursores.

Ya dijimos que aquí no tenemos a un subordinado del demonio como pueden ser (en sentido alegórico) Chíchikov o Verjovienski: aparece Satanás en persona. Y donde se podría esperar al mal encarnado, encontramos un personaje sumamente ambiguo, que pese a cumplir cabalmente con su rol de Príncipe de las Tinieblas al ofrecer un baile a toda una gama de asesinos y malhechores, es quien salva al Maestro y a Margarita, reuniéndolos y dándoles la tranquilidad. La cita de Goethe con que se abre la novela señala esta dualidad desde el principio: pese a pertenecer al ámbito del mal, termina siendo un instrumento del bien. Sin embargo, no es la única razón de que las acciones de Voland no nos parezcan demasiado nefastas.

Tanto Gógol como Dostoievski nos narran sucesos que ocurren en ciudades sin nombre, y aunque el segundo recrea una anécdota real, él mismo admite en una carta que la usa solamente como punto de partida. Bulgákov nos sitúa en un Moscú totalmente real, con sus calles y parques, en un momento muy preciso: mayo de 1929[12]. Más aún, nos muestra una ciudad donde las personas inexplicablemente desaparecen sin necesidad de una intervención diabólica.

Kevin Moss muestra cómo a lo largo de la novela la policía secreta de Stalin aparece enmascarada mediante una serie de procesos lingüísticos de encubrimiento. Oraciones impersonales o pasivas, verbos sin sujeto, pronombres indefinidos, participios, infinitivos, eufemismos, metonimias... La policía secreta, responsable de gran parte de las acciones en la novela, nunca es mencionada directamente, sino que se constituye en un telón de fondo siniestro e inquietante. Yuxtapuestos a los actos de Voland y su séquito, los cuales son descritos con lujo de detalles, estos turbios sucesos brillan bajo el velo con que los cubre Bulgákov, y el efecto es grotesco y desconcertante: “lo que es amenazante no viene del lado de lo desconocido sobrenatural de la dicotomía sino de la innombrable realidad de la vida soviética” (Moss).

De este modo, la ciudad se presenta como poseída por el mal mucho antes de que llegue Voland. Esto es semejante a Almas muertas, donde Chíchikov simplemente revela todos los vicios sociales que evidentemente ya existían, y ligeramente diferente a Los demonios, donde Verjovienski tiene mayor responsabilidad en tanto instigador de los crímenes, aunque su éxito implique que la ciudad era terreno fértil para sus maquinaciones. Pero el ambiente aquí es por mucho el más siniestro: cada personaje siente a su espalda el aliento del aparato represivo estalinista. Este régimen totalitario es en gran parte el que hace que Satanás, la propia encarnación del mal, aparezca bajo una luz relativamente benigna: “Bulgákov parece sugerir que en el régimen soviético las acciones del demonio son aun mejores que los supuestos del mundo estalinista. El sistema es tan antinatural y malo que incluso disgusta al diablo” (Gurevich). Moscú, en suma, es peor que el infierno, y Stalin hace parecer bueno al propio Satanás (no hay que olvidar varias semejanzas entre ambos, así como una referencia que específicamente los relaciona en una versión anterior de la novela[13]).

Este ambiente amenazante, que ensombrece el carnaval que montan Voland y sus secuaces, no deja intacto al mundo de Jerusalén. Pilatos, deseoso de salvar a Ieshua, lo envía a la muerte por temor al emperador Tiberio. Una vez más el poder estatal aparece como una influencia perniciosa, impidiéndole a Pilatos hacer lo que él sabe es lo correcto; como en Moscú, el bien se ve frustrado por las jerarquías, las mismas que pudieron separar al Maestro de Margarita. Pilatos hace matar a Judas por haber traicionado a Ieshua, pero él mismo sabe que con ese acto no repara su error. No hay que olvidar a Afranio, jefe de la policía secreta del Procurador, permanentemente encapuchado: también él aparece velado en la novela, y desde las sombras ejecuta sus órdenes.

Volviendo a Voland, otras sombras cubren sus actos, como el misterio de su relación con Dios, si hay uno, que hacen todavía más difícil juzgarlo, pero despejar esas incógnitas va más allá de nuestras posibilidades. Nos interesa señalar cómo de la mano de lo fantástico Bulgákov es capaz de ser más realista que sus precursores, uniendo lo siniestro y serio con lo risible. Lo que nos lleva a otro punto: no sólo nos ofrece a Satanás, sino también una versión del propio Jesús. Ya dijimos que Los demonios es una visión de un mundo sin Dios, y Nabókov famosamente dijo que Gógol creía más en el diablo que en Cristo. Pero Bulgákov no se queda con su (magnífico) Voland y la por turnos hilarante y escalofriante Moscú, sino que redacta un Evangelio propio.

En honor a la verdad, aquí ya probablemente estemos fuera del ámbito de la tésera[14]. El Maestro y Margarita tiene la estructura más compleja de las tres, y la relación entre sus tres mundos abre horizontes que no están en ninguna de las otras dos novelas. Sin embargo, no se puede hablar de la representación del mal en la novela sin aludir a este mundo antiguo.

Estamos de acuerdo con que el mundo de la fantasmagoría es una especie de parodia del mundo antiguo, y el Moscú contemporáneo una parodia más despiadada, una parodia al cuadrado, si se quiere. Si bien acierta Olga Gurevich al señalar que Sokolov llega a forzar paralelismos en su búsqueda de una simetría perfecta, el hecho es que sólo en ese mundo evangélico puede triunfar el bien. Ieshua, al no renunciar a su verdad (a la Verdad), logra superar tanto a Pilato como a Caifás: “La muerte de Ieshua en el Gólgota significa la victoria de la idea (algo más alto, abstracto) por sobre los asuntos terrenales” (Gurevich). El mundo contemporáneo se ve de este modo rebajado, y en efecto, el Maestro es derrotado por la realidad soviética y reducido al temor (ni siquiera le es dada la cobardía de Pilatos: hasta los yerros se ven disminuidos). A diferencia de Ieshua, renuncia a su concepción de la verdad; a diferencia de Leví Mateo, deja de escribir. Por eso no merece la luz, sino la tranquilidad. Más allá de esto, nos interesa resaltar el hecho de que no es enteramente culpa del Maestro, sino que hay algo en el Moscú contemporáneo que excluye al bien, a tal grado que, como ya dijimos, las acciones de las fuerzas del mal terminan siendo positivas. Retomando nuestra idea rectora, puede decirse que Bulgákov presenta una visión pos-infernal respecto a Gógol y a Dostoievski; es decir, presenta una maldad tal que hasta Satanás se vuelve un benefactor.

Estamos pecando, no obstante, de simplificar la novela de Bulgákov, y para concluir quisiéramos resaltar más bien su ambigüedad y su densidad de sentidos[15]. Leví Mateo, que con su maestro ha accedido a la luz, nos muestra en dos momentos del tramo final de la novela hasta qué punto es incierto todo en ella, incluso esa misma luz. Ya hemos oído por boca de Ieshua que Leví no reproduce fielmente sus palabras, pero es desconcertante cuando, al hablar con el Procurador, es este quien actúa con generosidad, mientras que Leví se muestra intolerante[16] y amenaza con “más sangre”. Luego, al transmitir a Voland la solicitud de su maestro, parece muy inferior a Satanás, al menos intelectualmente. Este, en son de burla, le pregunta si su deseo es “hacer desaparecer de él [el planeta] todos los árboles y todo lo vivo para que tu fantasía disfrutara de la luz desnuda”. El mal aparece entonces como algo necesario para la vida, y la luz se tiñe de las sombras de la intolerancia y de la muerte; las alternativas al infierno representado se tornan dudosas, y pese al destino venturoso de Pilatos y, en menor medida, el del Maestro y de Margarita, el desenlace tiene matices inquietantes. Podemos entonces definir la tésera que realiza Bulgákov con mayor precisión: frente a las visiones más unívocas de Gógol y Dostoievski, su infierno, ya de por sí el más siniestro de los tres, escapa a los límites que se le tratan de imponer y contamina con sus tinieblas al mundo de la Biblia (Jerusalén) y al de la eternidad.

Referencias bibliográficas:

· Gógol, Nikolái, Almas muertas, trad. de Rodolfo Arévalo, Madrid, Edaf, 1984.

· Dostoievski, Fiódor, Los Demonios, trad. de Luis Abollado, Buenos Aires, Libertador, 2004.

· Dostoievski, Fiódor, Memorias del subsuelo, trad. de Rafael Cañete, Buenos Aires, Losada, 2005.

· Dostoievski, Fiódor, Los hermanos Karamázov, trad. de Omar Lobos, Buenos Aires, Colihue, 2006.

· Bulgákov, Mijaíl, El Maestro y Margarita, trad. de Julio Tavieso Serrano, México D.F., Lectorum, 2004.

· Bloom, Harold, La angustia de las influencias, Caracas, Monte Ávila, 1977.

· Bajtín, Mijaíl, “Rabelais y Gógol”, en Teoría y Estética de la novela, Madrid, Taurus, 1989.

· Merejkovski, Dmitri, Gógol y el diablo, Buenos Aires, Poseidón, 1945.

· Bielinski, Vissarión, “Sobre el relato ruso y los relatos del Sr. Gógol (Arabescos y Mírgorod)”, trad. de Omar Lobos, en El Telescopio, 1835.

· Nabokov, Vladimir, Curso de literatura rusa, Barcelona, Grupo Zeta, 1997.

· Berdiaev, Nicolás, El espíritu de Dostoievski, Buenos Aires, Carlos Lohlé, 1978.

· Todorov, Tzvetan, “Memorias del subsuelo”, en Los géneros del discurso, Caracas, Monte Ávila, 1996.

· Moss, Kevin, “Maestro y Margarita de Mijaíl Bulgákov: Máscaras de lo sobrenatural y de la policía secreta”, en Revista de Lengua Rusa XXXVII, N°s. 129-30, 1984, pp. 115-131. Trad. Susana Cella.

· Gurevich, Olga, Maestro y Margarita: Por qué los críticos no concuerdan en su significado, UC Berkely, Issue 4, Verano 2003. Trad. Susana Cella.

· Sokolov, Borís, “El Maestro y Margarita”, en Enciclopedia de Bulgákov, 1991.



[1] Conviene aclarar que este “completamiento” no implica superioridad, al menos en nuestros términos. En la teoría de Bloom, las influencias poéticas implican una enfermedad y una pérdida, pero a nosotros no nos interesa hacer juicios de valor entre tres novelas de tal calidad.

[2] Es conocida la interpretación realista de Vissarión Bielinski, continuada por la crítica progresista, pero la lectura alegórica nos parece más acertada. Nabókov (en su Curso de literatura rusa) las contrasta y apoya la que aquí adoptamos, señalando “la irrealidad fundamental de Chíchikov en un mundo fundamentalmente irreal”.

[3] El asesinato de un estudiante en Moscú por parte de Sergei Niecháiev junto con sus secuaces en 1869.

[4] Basta con señalar que en la novela la mayoría de las acciones son privadas: aparte del incendio, lo que hay es un ajuste de cuentas (o varios), y si el gobierno de la provincia se ve involucrado, es en la persona de la gobernadora Iulia Mijáilovna, no en tanto institución. El único suceso que apunta a una situación verdaderamente social es la manifestación de los trabajadores de la fábrica de Shpigulin, que en todo caso no ocupa demasiadas páginas.

[5] Aquí también Los demonios parece apartarse de las otras dos, pero en rigor, lo que hay antes del día de la reunión en casa de Varvara Petrovna no es sino un largo prólogo donde se nos cuenta el pasado de los personajes.

[6] Las metáforas con que se describen los personajes nos ayudan a percibir la relación entre ellos. Chíchikov en un momento se describe a sí mismo como un “gusano despreciable”, y tanto Verjovienski como Stavroguin son comparados con reptiles: del primero se dice que se “desliza por el suelo” la primera vez que aparece, y el segundo es calificado de “serpiente sabia”.

[7] En particular, la racionalidad positivista del siglo XIX en que surgió el marxismo, cuya versión estalinista había tomado el lugar del dogma en la sociedad soviética.

[8] Detalle relevante, pues no es lo usual en las novelas de Dostoievski: a Iván Karamázov se le opone Aliosha, y Sonia le lee el Evangelio a Raskólnikov, por citar dos ejemplos conocidos.

[9] “Yo... yo creeré en Dios” le dice a Stavroguin, y la frase no podría ser más elocuente.

[10] Quizá no sea ocioso señalar la coincidencia de nombres entre la prostituta de una novela y la aristócrata de la otra.

[11] El que el amor en Bulgákov sea enteramente humano, a diferencia de su carácter marcadamente cristiano en Dostoievski, entronca con las ideas que planteamos en torno a la influencia poética: “... el precursor es considerado un excesivo idealizador...” (Bloom).

[12] Sokolov deduce la fecha de las referencias desperdigadas a lo largo de la novela.

[13] Sokolov reproduce el pasaje, y señala que aunque el fragmento “no fue cambiado con la última corrección, no quedó en el texto fundamental ni en ninguna de las ediciones existentes hasta ahora”.

[14] Sin embargo, en Dostoievski a menudo la idea de Dios sirve más bien de límite a las acciones, así como el gesto silencioso, abrazo o beso, que resaltaba Todorov, sirve de límite al lenguaje. Lo vemos con claridad en Memorias del subsuelo y en el “Gran Inquisidor”, que concluyen tras ese gesto silencioso, y también en Crimen y castigo, que se detiene cuando Raskólnikov comienza su regeneración (en Los demonios nunca se llega a este límite). Introducir el relato bíblico, por personal que sea, dentro de la novela, puede verse como una osadía respecto de sus precursores, es decir una tésera, pues en Gógol el discurso bíblico no aparece del todo, y en Los demonios lo tenemos al comienzo en el epígrafe y luego brevemente hacia el final. Verlo así es ligeramente forzado, pero no imposible.

[15] “Ninguno de estos esquemas está completo... El hecho de que estas comparaciones son parciales es fundamental para el significado y el valor artístico de la novela. La incompletud es desafiante.” (Gurévich)

[16] Cosa que Pilatos resalta con ironía: “Tú eres cruel y él [Joshúa] no lo era”.

miércoles, 21 de abril de 2010

2 fábulas rusas

Iván Andréievich Krylov (1768-1848)

El más grande fabulista ruso, la libertad de la lengua es su rasgo más saliente, lo que lo vuelve realista. Gógol diría que bebió en el libro de la sabiduría del pueblo. E hizo pensar y hablar a los animales como rusos reales –su rasgo es la inmediatez de la expresión lingüística– y no como criaturas abstractas. Reelaboró a Esopo y a La Fontaine, pero pronto se independizó de ellos.

Algunos contemporáneos “cultos” se irritaban por la libertad de su lenguaje. Pushkin lo llamaría “auténtico poeta popular ruso”.


El cisne, el bagre y el cangrejo


Cuando entre socios no hay acuerdo

su asunto no ha de marchar bien,

y antes saldrá de allí un padecimiento.

–––––

Un cisne, un bagre y un cangrejo

a tirar de un carro se pusieron

y los tres juntos se engancharon de él;

¡Se afanan y se afanan mas el carro no marcha!

La carga para ellos no habría sido pesada:

pero es que el cisne tira hacia las nubes,

el cangrejo hacia atrás, y el bagre para el agua.

Quién de ellos es culpable, quién no lo es, no nos toca juzgar.

Sólo que el carro todavía está allá.


El gato y el cocinero


Cierto Cocinero, inteligente,

dejó sus ollas y se hizo una corrida

a la taberna (era de pías costumbres y ese día

conmemoraba a un compadre finado),

y a cuidar de las lauchas lo que había preparado

dejó al Gato.

Pero al volver ¿qué ve? En el suelo

restos del pastel; y Vaska el Gato en el rincón,

detrás del barrilito del vinagre,

ronroneando y gruñendo trajina con el pollo.

“¡Ay, angurriento, ay, malhechor!

le reprocha a Vaska el Cocinero,

¿Y no te da vergüenza, aun de estas paredes?

(Pero Vaska así y todo se afana con el pollo.)

¡Cómo! Siendo hasta ahora un Gato honrado,

te ponían como ejemplo de humildad

y mira un poco... ¡ay, qué bochorno!

Qué han de decir ahora los vecinos:

“¡Vaska es un taimado! ¡Vaska es un ladrón!

Y a Vaska no ya a la cocina,

no hay que dejar entrar siquiera al patio,

como a un lobo cebado a los corrales:

¡es lo peor, es la peste, la llaga de estos lares!”

(Y Vaska escucha, y come.)

Tras darle rienda suelta a sus palabras,

mi orador no encontraba final a su sermón.

¿Y bien? Mientras cantaba,

el Gato Vaska dio cuenta del asado.

––––––

Pero yo a algunos cocineros

mandaría llevar al paredón

por que no gasten labia en vano

donde es preciso dar con el bastón.

domingo, 18 de abril de 2010

Vissarión Bielinski. Carta a Gógol

Carta a Gógol[1]

Usted tiene razón solamente en parte, al ver en mi artículo a una persona enojada: este epíteto es demasiado débil y tierno para expresar el estado al que me llevó la lectura de Su libro.[2] Pero no tiene razón del todo, al adscribir esto a Sus, realmente no del todo halagüeños, pareceres sobre los admiradores de Su talento. No, en esto hubo una razón más importante. El sentimiento del amor propio ofendido se puede incluso sobrellevar, y yo hubiera conseguido hacer callar mi razón sobre este punto, si el asunto residiera solo en eso. Pero no se puede sobrellevar el sentimiento ofendido de la verdad, la dignidad humana; no es posible quedarse callado cuando bajo la protección de la religión y el amparo del látigo se predican la mentira y la inmoralidad como verdad y virtud.

Sí, yo lo quería a Usted con toda la pasión con la cual el hombre sanguíneamente ligado a su país puede amar a su esperanza, honor, gloria, a uno de sus grandes conductores en el camino del conocimiento, el desarrollo, el progreso. Y Usted tenía una razón fundamental para al menos por un minuto salir de un tranquilo estado anímico, tras perder el derecho a ese amor. Le digo esto no porque yo considere mi amor como una recompensa al gran talento, sino porque en este sentido represento no uno, sino una multitud de personajes, de los cuales ni Usted ni yo hemos visto el mayor número y que, a su vez, tampoco lo han visto nunca a Usted.

No estoy en condiciones de darle ni la más mínima noción de la indignación que despertó Su libro en todos los corazones nobles, ni el chillido de salvaje alegría que soltaron con su aparición todos Sus enemigos –literarios (los Chíchikov, los Nozdriov, los Alcaldes y otros) y no literarios, cuyos nombres Le son conocidos–. Usted mismo ve bien que de Su libro se ha apartado incluso gente del mismo espíritu que el Suyo.[3] Si hubiera sido escrito a consecuencia de una convicción profundamente sincera, aun entonces hubiera debido causar en el público la misma impresión. Y si todos lo han tomado (salvo algunas pocas personas, a las que hay que ver y conocer para no alegrarse de su aprobación) por una astuta pero demasiado enmascarada travesura para lograr puramente por medios celestiales objetivos terrenos, de esto sólo Usted es culpable. Y esto no es asombroso en lo más mínimo, sino que lo asombroso es que Usted encuentre esto asombroso. Yo creo que es porque conoce profundamente Rusia solo como artista, y no como un pensador,[4] rol que asumió tan malogradamente en Su fantástico libro. Y no porque no sea una persona pensante, sino porque ya hace tantos años que está acostumbrado a mirar a Rusia desde Su maravillosa lejanía,[5] y ya se sabe que nada es más fácil que, desde lejos, ver las cosas tal como nosotros queremos verlas; porque Usted en esta maravillosa lejanía vive completamente ajeno a ella, dentro de sí mismo o de un círculo uniforme, construido igual que Usted y sin fuerzas para oponerse a Su influencia sobre él.

Por eso Usted no ha advertido que Rusia ve su salvación no en el misticismo, no en el ascetismo, no en el pietismo, sino en los logros de la civilización, la instrucción, el humanitarismo. Ella no necesita sermones (¡bastantes ha oído!), no oraciones (¡bastantes las ha machacado!), sino el despertar en el pueblo del sentimiento de la dignidad humana, tantos siglos perdido en el barro y en el estiércol; derechos y leyes, configurados no con la enseñanza de la Iglesia sino con la del sentido común de justicia, y un severo –en lo posible– cumplimiento. Pero en lugar de esto ella presenta el horroroso espectáculo de un país donde los hombres comercian a los hombres –sin tener en esto ni aquella justificación que con picardía aprovechan los plantadores americanos, asegurando que el negro no es un hombre–, donde los hombres mismos no se llaman con nombres, sino con apodos: Vañkas, Stiéshkas, Vaskas, Palashkas; un país donde, finalmente, no solamente no hay ninguna garantía para la persona, el honor y la propiedad, sino que ni siquiera hay un orden policial, sino inmensas corporaciones de diversos ladrones de servicio. Las más vivas y contemporáneas cuestiones nacionales en Rusia son ahora: la aniquilación del derecho de servidumbre, la supresión del castigo corporal, introducir en lo posible un severo cumplimiento al menos de aquellas leyes que ya existen. Esto lo siente incluso el mismo gobierno (que sabe muy bien lo que hacen los terratenientes con sus campesinos y cuántos de los primeros matan los últimos cada año), lo que se demuestra con sus tímidas e infructuosas semi-medidas en provecho de los negros blancos y el cómico reemplazo del látigo de una punta por el de tres puntas.

¡Estas son las cuestiones en las que está inquietamente ocupada Rusia en su apático semi-sueño! Y en este momento un gran escritor, que con sus admirablemente artísticas, profundamente verdaderas creaciones tan poderosamente cooperó a la autoconciencia de Rusia, al darle la posibilidad de echar una mirada a sí misma como si fuera en un espejo, aparece con un libro en el cual, en nombre de Cristo y de la Iglesia, enseña al bárbaro-terrateniente a obtener más dinero de los campesinos, ¡injuriando sus “jetas sin lavar”!... ¿Y esto no debía llevarme a la indignación? Pero es que si Usted hubiera revelado un atentado contra mi vida, aun entonces no lo odiaría más que por estos vergonzosos renglones… ¿Y después de esto quiere que creamos en la sinceridad del tono de su libro?...

¡No! Si Usted efectivamente hubiera estado lleno de la verdad de Cristo, y no de la enseñanza del diablo, de ningún modo hubiera escrito aquello a Sus adeptos entre los terratenientes. Usted les hubiera escrito que así como sus campesinos son sus hermanos en Cristo, y el hermano no puede ser el esclavo de su hermano, ellos debían o darles la libertad, o al menos usufructuar sus esfuerzos del modo más benéfico para aquellos que fuera posible, reconociéndose, en el fondo de sus conciencias, en una situación mentirosa en relación con aquellos… Y la expresión: “¡ah, tú, jeta sin lavar!” ¿De qué Nozdriov, de qué Sobakiévich oyó Usted esto, para entregar al mundo como un gran descubrimiento en provecho y buen ejemplo de los muyiks rusos, que aun sin eso, porque no se lavan, habiendo creído a sus señores ellos mismos no se consideran personas? ¿Y su noción sobre el juicio nacional ruso y la condena, ideal que Usted encuentra en las palabras de una estúpida mujer, del relato de Pushkin, y según cuyo razonamiento se debe azotar al justo y al culpable?[6] Pero es que entre nosotros eso sucede con frecuencia, aunque más bien azotan solamente al justo, ¡si no tiene modo de emanciparse del delito de ser culpable sin culpa! ¿Y semejante libro podía ser el resultado de un difícil proceso interior, de un alto esclarecimiento espiritual? ¡No es posible!... O Usted está enfermo, y necesita apurarse a tratarse, o… no me atrevo a manifestar mi pensamiento…

Predicador del látigo, apóstol de la ignorancia, partidario del oscurantismo, panegirista de los modos de vida tártaros, ¿qué hace? Eche una mirada bajo Sus pies, pues Usted está sobre un abismo… Que Usted apoye semejante enseñanza en la Iglesia ortodoxa todavía lo entiendo: ella siempre fue soporte del látigo y servidora del despotismo. Pero a Cristo, ¿a Cristo para qué lo mezcla en esto? ¿Qué encuentra en común entre él y una –aun con más razón– Iglesia ortodoxa? Él fue el primero en divulgar a la gente la enseñanza de la libertad, la igualdad y la hermandad, y con el martirio grabó y afirmó la verdad de su enseñanza. Y eso fue la salvación de la gente en tanto no se organizó en la Iglesia y no tomó como base los principios de la ortodoxia. La Iglesia apareció entonces como una jerarquía, es decir, partidaria de la desigualdad, adulona del poder, enemiga y perseguidora de la hermandad entre la gente, lo que continúa siendo hasta ahora. Pero el sentido de la enseñanza de Cristo fue descubierto por el movimiento filosófico del siglo pasado. Y por eso un Voltaire, al apagar en Europa con el arma de la burla las hogueras del fanatismo y la ignorancia, es por supuesto más hijo de Cristo, cuerpo de su cuerpo y hueso de sus huesos, que todos vuestros popes, obispos, metropolitas y patriarcas, orientales y occidentales. ¿Acaso Usted no sabe esto? Pero es que esto ahora para cualquier colegial no es en absoluto una novedad…

Y por eso, ¿es posible que Usted, el autor de El inspector y Almas muertas, es posible que Usted sinceramente, de corazón, haya cantado el himno al innoble clero ruso, poniéndolo inconmensurablemente más alto que el clero católico? Pongamos que Usted no sepa que el segundo alguna vez haya sido algo, en tanto que el primero nunca fue nada, salvo un sirviente y un esclavo del poder terrenal, ¿pero es posible también que realmente Usted no sepa que nuestro clero se encuentra en el desprecio generalizado de la sociedad rusa y el pueblo ruso? ¿Sobre quién cuenta el pueblo ruso cuentos obscenos? Sobre el pope, la mujer del pope, la hija del pope y el trabajador del pope. ¿A quién llama el pueblo ruso raza de tontos, pillos...? A los popes. ¿No es acaso el pope en Rusia, para todos los rusos, el representante de la glotonería, la avaricia, el servilismo, la desvergüenza? ¿Y acaso Usted no sabe esto? ¡Es extraño! Para Usted, el pueblo ruso es el más religioso del mundo: ¡mentira! El fundamento de la religiosidad es el pietismo, la veneración, el miedo de Dios. Pero el ruso pronuncia el nombre de Dios rascándose el traste. Ante la imagen dice: conviene, se reza; no conviene, tapar las ollas.[7] Fíjese más atentamente, y verá que por su naturaleza es un pueblo profundamente ateo. Hay todavía en él mucha superstición, pero ni huella de religiosidad.

La superstición pasa con los logros de la civilización, pero la religiosidad a menudo se aviene incluso con ellos; el ejemplo vivo es Francia, donde ahora hay muchos católicos sinceros, fanáticos, entre personas instruidas y cultas, donde muchos, apartados del cristianismo, de todos modos persisten obstinadamente en algún dios. El pueblo ruso no es así: la exaltación mística no está para nada en su naturaleza; tiene demasiado sentido común, claridad y sentido positivo en la mente: y es en esto que, quizás, se encierra la inmensidad de sus destinos históricos en el futuro. La religiosidad no ha prendido en él ni siquiera en lo que hace al clero; pues algunas personalidades separadas, exclusivas, que se distinguen por una contemplación fría y ascética… no declaran nada. La mayoría de nuestro clero siempre se distinguió solamente por sus panzas gordas, la pedantería teológica y la ignorancia salvaje. Es un pecado culparlo de intolerancia religiosa y fanatismo; antes se lo puede alabar por su indiferencia ejemplar en materia de fe. La religiosidad apareció entre nosotros solo en las sectas cismáticas, tan opuestas por su espíritu a la masa del pueblo y tan poca cosa numéricamente ante ella.

No voy a extenderme sobre Su ditirambo de la relación amorosa del pueblo ruso con sus amos. Le diré directamente: este ditirambo en nadie encontró simpatía y lo ha arruinado a Usted incluso a los ojos de gente que en otros sentidos Le es muy cercana por su orientación. En lo que hace a mí personalmente, dejo a Su conciencia embriagarse en la contemplación de la belleza divina de la autocracia (eso es cómodo, dicen, y provechoso para Usted); solo continúe contemplándola juiciosamente desde Su maravillosa lejanía: de cerca, no es tan hermosa ni tan inofensiva… Le advertiré solamente una cosa: cuando a un europeo, sobre todo a un católico, lo domina el espíritu religioso, se vuelve acusador del poder injusto, semejante a los profetas hebreos, que denunciaban la ilegitimidad de los fuertes de la tierra. Pero entre nosotros es al revés: a una persona (incluso decente) le agarra una enfermedad, conocida por los médicos psiquiatras como manía religiosa, e inmediatamente ha de adular más al dios terrenal que al celestial, e incluso tanto más de lo debido, que aquel quisiera recompensarlo por su servil solicitud, pero ve que con esto se comprometería a los ojos de la sociedad… ¡Somos pícaros los rusos!...

Recordé todavía que en Su libro Usted afirma como gran e indiscutible verdad como que saber leer y escribir, a la gente humilde, no solo no le es útil sino que le es decididamente dañino. ¿Qué decirle a esto? Lo perdonará a Usted su dios bizantino por este pensamiento bizantino, solo si al volcarlo al papel Usted no sabía lo que estaba creando… “Pero, quizás –me dirá Usted–, pongamos que yo me extravié, y todos mis pensamientos son una mentira; ¿pero por qué me quitan el derecho a extraviarme y no quieren creer en la sinceridad de mis extravíos?” Porque, le respondo a Usted, semejante orientación en Rusia hace tiempo ya que no es una novedad. Incluso no hace mucho fue enteramente agotada por Búrachek con su cofradía. Por supuesto, en Su libro hay más inteligencia e incluso talento (aunque una y otro no son muy ricos en él) que en las obras de aquellos; en cambio ellos desarrollaron un aprendizaje común a ellos y a Usted con mayor energía y mayor unidad, llegaron audazmente hasta sus últimos resultados, entregaron todo al dios bizantino, nada dejaron a Satán; entonces Usted, queriendo ponerle una vela a uno y a otro, cayó en contradicciones, salvaguardaba, por ejemplo, a Pushkin, la literatura y el teatro que, desde Su punto de vista, solo con que Usted tuviera la honestidad de ser consecuente, en nada pueden servir para salvar el alma, sino que en mucho pueden servir para arruinarla.

¿La cabeza de quién podía digerir la idea de que Gógol y Búrachek eran idénticos? Usted se ha puesto demasiado alto en la opinión del público ruso para que éste pueda creer de Usted la sinceridad de semejantes convicciones. Lo que parece natural en los tontos no puede parecer lo mismo en el genio. Algunos estuvieron a punto de detenerse en la idea de que Su libro era el fruto de un desorden mental, cercano a una locura positiva. Pero pronto se apartaron de tal conclusión: claramente, este libro no fue escrito en un día, ni en una semana, ni en un mes, sino que quizás en un año, en dos o tres; en él hay una relación; a través de la negligente exposición se descubre algo premeditado, y los himnos a los órganos del poder construyen bien la situación terrenal del devoto autor…

Por eso se extendió el rumor en Petersburgo de como que Usted había escrito este libro con el objeto de caer como preceptor del hijo del heredero. Aún antes de esto en Petersburgo se hizo conocida Su carta a Uvárov, donde dice con amargura que a Sus creaciones en Rusia le dan un sentido erróneo, luego exterioriza insatisfacción con Sus anteriores obras y anuncia que solamente se quedará satisfecho con Sus obras cuando aquel que etcétera.[8] Ahora juzgue Usted mismo: ¿es posible asombrarse de que Su libro lo haya arruinado a Usted a los ojos del público como escritor y, más aún, como hombre?

Usted, en cuanto yo veo, no comprende del todo bien al público ruso. Su carácter se determina por la situación en la sociedad rusa, en la que hierven y estallan hacia afuera fuerzas frescas, pero que aplastadas por un pesado yugo, sin encontrar salida, causan solamente abatimiento, tristeza, apatía. Solamente en la literatura, a pesar de la censura tártara, hay todavía vida y movimiento hacia delante. Por eso es que el nombre de escritor entre nosotros es tan honorable, por eso es tan fácil entre nosotros el éxito literario, incluso con un talento pequeño. El título de poeta, el nombre de escritor entre nosotros hace tiempo ya que eclipsó el oropel y los uniformes de distintos colores. Y por eso entre nosotros en particular se recompensa con la atención general cada orientación de las así llamadas liberales, incluso con pobreza de talento, y por eso cae tan rápido la popularidad de los grandes poetas, que sincera o insinceramente se entreguen al servicio de la ortodoxia, la autocracia y el modo tradicional de vida.[9]

Un ejemplo patente es Pushkin, al que le bastó escribir solamente dos o tres poesías de adhesión al gobierno y ponerse la librea de gentilhombre de cámara para privarse de repente del amor del pueblo. Y Usted se equivoca intensamente si piensa en broma que Su libro ha caído no por su mala orientación sino por la aspereza de las verdades que Usted habría dicho a todos y cada uno.[10] Pongamos que Usted haya podido pensar esto de los autorzuelos, pero el público ¿cómo podía caer en esta categoría? ¿Acaso Usted en El inspector y Almas muertas le ha manifestado menos amargas verdades, menos ásperamente, con menor verdad y talento? Y él, efectivamente, se ha enojado con Usted hasta el furor, pero El inspector y Almas muertas no cayeron cuando Su último libro se hundió vergonzosamente en la tierra. Y el público en esto tiene razón: ve en los escritores rusos sus únicos guías, defensores y salvadores de la oscuridad de la autocracia, la ortodoxia y el modo de vida tradicional, y por eso, siempre dispuesto a perdonar al escritor un libro malo, nunca le perdona un libro dañino. Esto muestra cuánto hay en nuestra sociedad, aunque aún en embrión, de fresca y sana intuición, y esto demuestra que tiene futuro. Si Usted ama a Rusia, ¡alégrese junto conmigo de la caída de Su libro!...

No sin algún sentimiento de autocomplacencia Le diré que creo conocer un poco al público ruso. Su libro me asustó por la posibilidad de una mala influencia en el gobierno, en la censura, pero no en el público. Cuando corrió en Petersburgo el rumor de que el gobierno quiere imprimir Su libro en muchos miles de ejemplares y venderlo al precio más bajo, mis amigos se abatieron, pero yo les dije entonces que fuera como fuera ese libro no iba a tener éxito, y pronto se olvidarían de él. Y efectivamente, ahora es más recordado por todos los artículos sobre él que por él mismo. ¡Sí, el ruso tiene, aunque aún no desarrollado, un profundo instinto de verdad!

El parecer Suyo, quizás, incluso podía ser sincero. Pero la idea de llevarlo a conocimiento del público fue la más desgraciada. Los tiempos de una ingenua devoción hace tiempo ya que pasaron también para nuestra sociedad. Ello recuerda ya que rogar en todas partes es lo mismo, y que en Jerusalén buscan a Cristo solo las personas o que nunca lo llevaron en su pecho o que lo perdieron. Quien es capaz de sufrir a la vista del sufrimiento ajeno, a quien le pesa el espectáculo de la opresión de las personas diferentes a él, ese lleva a Cristo en su pecho y no tiene por qué ir a pie a Jerusalén. La humildad, predicada por Usted, primero, no es nueva, y segundo, responde de un lado con un terrible orgullo, y de otro con la más vergonzosa humillación de su dignidad humana. La idea de convertirse en una abstracta perfección, de estar por encima de todos con la humildad puede ser fruto solo o del orgullo, o de la debilidad mental, y en los dos casos lleva ineludiblemente a la hipocresía, la mojigatería, el kitaísmo[11].

Y a la vez Usted se ha permitido cínica y suciamente manifestarse no solo acerca de otros (esto solo hubiera sido descortés), sino sobre Usted mismo, lo cual ya es ruin, porque si una persona que golpea a su prójimo en las mejillas despierta indignación, la persona que se golpea las mejillas a sí mismo despierta el desprecio. ¡No! Usted solo está ofuscado, y no sereno, Usted no ha comprendido ni el espíritu ni la forma del cristianismo de nuestro tiempo. No es la verdad de la enseñanza cristiana, sino el enfermizo temor de la muerte, el diablo y el infierno los que alientan en Su libro. ¡Y qué lengua, qué frases! “¡Ahora toda persona ha devenido una basura y un trapo!” ¿Es posible que Usted crea que decir toda, en lugar de toda, significa expresarse bíblicamente?[12] ¡Qué gran verdad es que cuando la persona se da por entero a la mentira lo abandonan la inteligencia y el talento! Si no estuviera puesto Su nombre sobre Su libro y si no estuvieran incluidos aquellos pasajes donde Usted habla de sí como de un escritor, ¿quién hubiera pensado que esta engañadora y sucia bulla de palabras y frases son obra de la pluma del autor de El inspector y Almas muertas?

En lo que toca a mí personalmente, Le repito: se ha equivocado al considerar mi artículo como expresión del fastidio por Su opinión sobre mí como uno de Sus críticos.[13] Si solamente esto me hubiera enojado, solamente a esto hubiera respondido con fastidio, pero sobre todo el resto me hubiera expresado tranquila e imparcialmente. Pero es verdad que Su juicio sobre Sus admiradores es doblemente malo. Comprendo lo imprescindible que es a veces dar un sopapo a un tonto, que con sus adulaciones, su entusiasmo hacia mí, solo me pone en ridículo, pero esta imprescindibilidad pesa, porque de algún modo humanamente es vergonzoso pagar por un amor errado con la enemistad. Pero Usted tenía en vista a personas, si no con una óptima inteligencia, que de todas maneras no eran tontas.

Estas personas en su asombro por Sus creaciones hicieron, quizás, muchas más exclamaciones entusiastas que las cosas que Usted dijo sobre ellos; pero siempre el entusiasmo de ellos por Usted sale de una fuente tan pura y generosa que Usted no hubiera debido entregarlos de cabeza a los enemigos comunes a Usted y a ellos, y además por añadidura culparlos de intención de dar algún sentido reprobable a Sus obras. Usted, por supuesto, hizo esto atraído por la idea principal de Su libro y por imprudencia, pero Viázemski, este príncipe en la aristocracia y lacayo en la literatura, desarrolló Su idea y escribió de Sus admiradores (es decir, de mí sobre todo) una pura denuncia.[14] Hizo esto probablemente en agradecimiento porque Usted a él, un mal poetastro, lo ha promovido a gran poeta, creo, cuanto yo recuerdo, por su “verso marchito, arrastrado por la tierra”[15]. ¡Todo esto está muy mal! Y que Usted solamente esperaba el momento en que Le fuera posible hacer justicia incluso a los admiradores de Su talento (tras habérsela hecho con orgullosa humildad a Sus enemigos), eso yo no lo sé, no podía, y, hay que decirlo, no lo hubiera querido saber. Ante mí estaba Su libro, pero no Sus intenciones. Leía y volvía a leerlo cien veces, y de todos modos no hallaba nada, salvo aquello que había en él, y aquello que había en él me indignaba y ofendía mi alma.

Si yo hubiera dado plena libertad a mi sentimiento, esta carta pronto se hubiera convertido en un grueso cuaderno. Nunca pensaba escribirle a Usted sobre esto, aunque atormentadamente lo deseaba y aunque Usted a todos y cada uno por medio de la prensa ha dado el derecho de escribirle sin ceremonias, teniendo en vista una verdad.[16] Viviendo en Rusia, yo no hubiera podido hacerlo, pues los Shpiekin de allá abren las cartas extrañas no por su gusto personal sino por deber de servicio, por las denuncias. Pero la tisis que comenzó este verano me expulsó al extranjero y N me envió Su carta a Salzburgo, de donde hoy me voy con Annienkov a París vía Frankfurt-sobre el Meine. La inesperada llegada de Su carta me dio la posibilidad de expresarle todo lo que tenía en el alma contra Usted con motivo de Su libro. Yo no sé hablar a medias, no sé andar con astucias: eso no está en mi naturaleza. Que Usted o el propio tiempo me demuestren que me equivocaba en mis conclusiones sobre Usted, seré el primero en alegrarme de esto, pero no me arrepentiré de lo que Le dije. Aquí se trata no de mi o Su persona, sino de un asunto que está muy por encima no solo de mí, sino también de Usted: aquí se trata de la verdad, de la sociedad rusa, de Rusia. Y esta es mi última palabra de conclusión: si Usted ha tenido la desgracia con orgullosa humildad de desdecirse de Sus obras verdaderamente grandes, entonces Usted debe con sincera humildad desdecirse de Su último libro y expiar el pesado pecado de su salida a la luz con nuevas obras, que recuerden sus anteriores.[17]

Salzburgo, 15 de julio de 1847.



[1] El artículo de Bielinski sobre Pasajes selectos de la correspondencia con amigos causó a Gógol una inmensa impresión. En junio de 1847 él escribió a N. Ia. Prokopóvich: “Leí en estos días la crítica de Bielinski en el segundo número de El Contemporáneo. Parece ser que él ha tomado todo el libro como escrito con respecto a su persona y leyó en él un formal atentado contra todos los que comparten sus ideas”. Con aquel mismo ánimo fue escrita la carta a Bielinski (alrededor del 20 de junio de 1847), que Gógol envió a Prokopóvich con el pedido de que le hiciera una crítica. Bielinski en esta época estaba en el extranjero, en el pequeño pueblo silés de Salzbrunn, adonde lo había empujado una grave enfermedad. N. N. Tiútchev, al recibir de Prokopóvich la carta de Gógol, se la envió, según lo determinado, a Salzbrunn.

En esta carta Bielinski actúa como un enemigo irreconciliable del régimen de servidumbre feudal en Rusia. Bielinski reflejó en ella, como señaló Lenin, “el ánimo de los campesinos de la gleba contra el derecho de la servidumbre”. Después de la muerte de Bielinski su nombre fue prohibido de utilizar en la prensa. Fueron tomadas particulares medidas contra la difusión de la “Carta a Gógol”, cuyo sentido revolucionario quedó claro ya en 1849, en relación con el caso de los petrashevskianos. Por la lectura de la “Carta” las potestades del zar condenaban a la pena de muerte. No obstante, tuvo rápidamente una inmensa popularidad, jugando un gran rol en la historia del movimiento revolucionario ruso de liberación. En el transcurso de dos décadas y media la “Carta a Gógol” no podía ser publicada en Rusia y se difundía sólo secretamente en copias manuscritas. Fue impresa por primera vez en Londres por Herzen, en La Estrella Polar, en 1855. Al leerle Bielinski la carta en París, aquel la comunicó a sus amigos emigrados diciendo: “Esta es una cosa genial, y además creo que es su testamento”.

[2] Esto es una respuesta a las palabras de Gógol, con las que comenzaba su carta a Bielinski (alrededor del 20 de junio de 1847): “Leí con gran pesar su artículo sobre mí en El Contemporáneo, no porque me pesara la humillación en la que Usted quiso ponerme a la vista de todos, sino porque en él se oye la voz de una persona enojada conmigo”.

[3] Alusión a los Aksákov.

[4] Gógol se vio obligado a convenir con esta afirmación de Bielinski.

[5] Bielinski aquí parafrasea irónicamente el conocido pasaje del capítulo XI de Almas muertas: “¡Rusia, Rusia! Te veo, ¡te veo desde mi maravillosa y magnífica lejanía!”

[6] Alusión a la idea reaccionaria desarrollada por Gógol sobre “el juicio divino”, al cual está sujeto el justo y el culpable. Gógol recuerda en relación con esto a la mujer del capitán de La hija del capitán, que “al enviar al teniente a juzgar al soldado centinela y la mujer, que se han peleado en el baño por un balde de madera, le suministra esta instrucción”: “Comprueba quién tiene razón y quién es culpable, pero castiga a los dos”.

[7] Proverbio ruso: está traducido literalmente. No podemos explicar de dónde toma su sentido lo de “tapar las ollas” pero de todos modos el proverbio se comprende.

[8] La carta de la que se habla fue escrita por Gógol el 2 de mayo de 1845 en respuesta a la comunicación al ministro de instrucción Uvárov sobre que al escritor le ha sido obtenida una pensión anual de 1.000 rublos por tres años.

[9] La palabra en ruso es “naródnost”, y en cierta forma refiere a eso.

[10] En su carta a Bielinski, Gógol intenta explicar la razón del descontento de muchas personas con Pasajes selectos… por haberles dado “un pequeño sopapo”, que “resultó tan groseramente torpe y tan ofensivo”.

[11] De Kitai (“China”), término usado frecuentemente por Bielinski como sinónimo de retraso, oscurantismo, etc.

[12] Intraducible. Gógol escribe el adjetivo en forma abreviada (vsiak en lugar de vsiakiy), como aparece en la Biblia.

[13] En Pasajes selectos… hay una serie de groseros ataques contra Bielinski, aunque en el libro no sea llamado por su nombre. Por ejemplo, en un capítulo “Sobre la Odisea” leemos: “Solamente algunos últimos lectores, acostumbrados a sostenerse de la cola de los jefes de revistas, releen todavía alguna cosa, sin advertir en su simpleza que los cabrones que los acaudillan hace tiempo que se quedaron pensativos, sin saber ellos mismos adónde conducir sus extraviados rebaños”.

[14] Bielinski tenía todos los fundamentos para calificar como”denuncia” el artículo de P. A. Viázemski “Iazikov-Gógol”, sobre el cual se habla. Viázemski no solamente saludaba entusiastamente Pasajes selectos…, sino que de hecho convocaba a un castigo para aquellos críticos que querían “poner a Gógol como cabeza de cierta nueva escuela literaria, personificando en ella alguna negra bandera literaria”.

[15] En Gógol, en el capítulo: “En qué consiste finalmente el ser de la poesía rusa y su particularidad”: “Este pesado, como si se arrastrara por la tierra verso de Viázemski.”

[16] Alusión al prefacio de Gógol a la segunda edición de Almas muertas (1846).

[17] Gógol fue sacudido por la carta de Bielinski. Escribió una extendida carta en la que de manera muy áspera negaba las inculpaciones de Bielinski. Esta carta, sin embargo, no la envió, la rompió. Los menudos pedazos de papel postal, en el que estaba escrita, los reveló el primer biógrafo de Gógol P. A. Kúpish y restableció casi todo el texto. El 10 de agosto de 1847 Gógol escribió una segunda carta a Bielinski. Esta comenzaba con las palabras: “No puedo contestar enseguida a su carta. Mi alma está agotada, todo en mí está sacudido”. Esta carta se diferenciaba esencialmente por su contenido y tono de la precedente. Gógol aquí ya estaba inclinado a reconocer “parte de verdad” en las inculpaciones de Bielinski (“Sabe Dios, quizás en vuestras palabras hay parte de verdad”).