Carta a Gógol
Usted tiene razón solamente en parte, al ver en mi artículo a una persona enojada: este epíteto es demasiado débil y tierno para expresar el estado al que me llevó la lectura de Su libro. Pero no tiene razón del todo, al adscribir esto a Sus, realmente no del todo halagüeños, pareceres sobre los admiradores de Su talento. No, en esto hubo una razón más importante. El sentimiento del amor propio ofendido se puede incluso sobrellevar, y yo hubiera conseguido hacer callar mi razón sobre este punto, si el asunto residiera solo en eso. Pero no se puede sobrellevar el sentimiento ofendido de la verdad, la dignidad humana; no es posible quedarse callado cuando bajo la protección de la religión y el amparo del látigo se predican la mentira y la inmoralidad como verdad y virtud.
Sí, yo lo quería a Usted con toda la pasión con la cual el hombre sanguíneamente ligado a su país puede amar a su esperanza, honor, gloria, a uno de sus grandes conductores en el camino del conocimiento, el desarrollo, el progreso. Y Usted tenía una razón fundamental para al menos por un minuto salir de un tranquilo estado anímico, tras perder el derecho a ese amor. Le digo esto no porque yo considere mi amor como una recompensa al gran talento, sino porque en este sentido represento no uno, sino una multitud de personajes, de los cuales ni Usted ni yo hemos visto el mayor número y que, a su vez, tampoco lo han visto nunca a Usted.
No estoy en condiciones de darle ni la más mínima noción de la indignación que despertó Su libro en todos los corazones nobles, ni el chillido de salvaje alegría que soltaron con su aparición todos Sus enemigos –literarios (los Chíchikov, los Nozdriov, los Alcaldes y otros) y no literarios, cuyos nombres Le son conocidos–. Usted mismo ve bien que de Su libro se ha apartado incluso gente del mismo espíritu que el Suyo. Si hubiera sido escrito a consecuencia de una convicción profundamente sincera, aun entonces hubiera debido causar en el público la misma impresión. Y si todos lo han tomado (salvo algunas pocas personas, a las que hay que ver y conocer para no alegrarse de su aprobación) por una astuta pero demasiado enmascarada travesura para lograr puramente por medios celestiales objetivos terrenos, de esto sólo Usted es culpable. Y esto no es asombroso en lo más mínimo, sino que lo asombroso es que Usted encuentre esto asombroso. Yo creo que es porque conoce profundamente Rusia solo como artista, y no como un pensador, rol que asumió tan malogradamente en Su fantástico libro. Y no porque no sea una persona pensante, sino porque ya hace tantos años que está acostumbrado a mirar a Rusia desde Su maravillosa lejanía, y ya se sabe que nada es más fácil que, desde lejos, ver las cosas tal como nosotros queremos verlas; porque Usted en esta maravillosa lejanía vive completamente ajeno a ella, dentro de sí mismo o de un círculo uniforme, construido igual que Usted y sin fuerzas para oponerse a Su influencia sobre él.
Por eso Usted no ha advertido que Rusia ve su salvación no en el misticismo, no en el ascetismo, no en el pietismo, sino en los logros de la civilización, la instrucción, el humanitarismo. Ella no necesita sermones (¡bastantes ha oído!), no oraciones (¡bastantes las ha machacado!), sino el despertar en el pueblo del sentimiento de la dignidad humana, tantos siglos perdido en el barro y en el estiércol; derechos y leyes, configurados no con la enseñanza de la Iglesia sino con la del sentido común de justicia, y un severo –en lo posible– cumplimiento. Pero en lugar de esto ella presenta el horroroso espectáculo de un país donde los hombres comercian a los hombres –sin tener en esto ni aquella justificación que con picardía aprovechan los plantadores americanos, asegurando que el negro no es un hombre–, donde los hombres mismos no se llaman con nombres, sino con apodos: Vañkas, Stiéshkas, Vaskas, Palashkas; un país donde, finalmente, no solamente no hay ninguna garantía para la persona, el honor y la propiedad, sino que ni siquiera hay un orden policial, sino inmensas corporaciones de diversos ladrones de servicio. Las más vivas y contemporáneas cuestiones nacionales en Rusia son ahora: la aniquilación del derecho de servidumbre, la supresión del castigo corporal, introducir en lo posible un severo cumplimiento al menos de aquellas leyes que ya existen. Esto lo siente incluso el mismo gobierno (que sabe muy bien lo que hacen los terratenientes con sus campesinos y cuántos de los primeros matan los últimos cada año), lo que se demuestra con sus tímidas e infructuosas semi-medidas en provecho de los negros blancos y el cómico reemplazo del látigo de una punta por el de tres puntas.
¡Estas son las cuestiones en las que está inquietamente ocupada Rusia en su apático semi-sueño! Y en este momento un gran escritor, que con sus admirablemente artísticas, profundamente verdaderas creaciones tan poderosamente cooperó a la autoconciencia de Rusia, al darle la posibilidad de echar una mirada a sí misma como si fuera en un espejo, aparece con un libro en el cual, en nombre de Cristo y de la Iglesia, enseña al bárbaro-terrateniente a obtener más dinero de los campesinos, ¡injuriando sus “jetas sin lavar”!... ¿Y esto no debía llevarme a la indignación? Pero es que si Usted hubiera revelado un atentado contra mi vida, aun entonces no lo odiaría más que por estos vergonzosos renglones… ¿Y después de esto quiere que creamos en la sinceridad del tono de su libro?...
¡No! Si Usted efectivamente hubiera estado lleno de la verdad de Cristo, y no de la enseñanza del diablo, de ningún modo hubiera escrito aquello a Sus adeptos entre los terratenientes. Usted les hubiera escrito que así como sus campesinos son sus hermanos en Cristo, y el hermano no puede ser el esclavo de su hermano, ellos debían o darles la libertad, o al menos usufructuar sus esfuerzos del modo más benéfico para aquellos que fuera posible, reconociéndose, en el fondo de sus conciencias, en una situación mentirosa en relación con aquellos… Y la expresión: “¡ah, tú, jeta sin lavar!” ¿De qué Nozdriov, de qué Sobakiévich oyó Usted esto, para entregar al mundo como un gran descubrimiento en provecho y buen ejemplo de los muyiks rusos, que aun sin eso, porque no se lavan, habiendo creído a sus señores ellos mismos no se consideran personas? ¿Y su noción sobre el juicio nacional ruso y la condena, ideal que Usted encuentra en las palabras de una estúpida mujer, del relato de Pushkin, y según cuyo razonamiento se debe azotar al justo y al culpable? Pero es que entre nosotros eso sucede con frecuencia, aunque más bien azotan solamente al justo, ¡si no tiene modo de emanciparse del delito de ser culpable sin culpa! ¿Y semejante libro podía ser el resultado de un difícil proceso interior, de un alto esclarecimiento espiritual? ¡No es posible!... O Usted está enfermo, y necesita apurarse a tratarse, o… no me atrevo a manifestar mi pensamiento…
Predicador del látigo, apóstol de la ignorancia, partidario del oscurantismo, panegirista de los modos de vida tártaros, ¿qué hace? Eche una mirada bajo Sus pies, pues Usted está sobre un abismo… Que Usted apoye semejante enseñanza en la Iglesia ortodoxa todavía lo entiendo: ella siempre fue soporte del látigo y servidora del despotismo. Pero a Cristo, ¿a Cristo para qué lo mezcla en esto? ¿Qué encuentra en común entre él y una –aun con más razón– Iglesia ortodoxa? Él fue el primero en divulgar a la gente la enseñanza de la libertad, la igualdad y la hermandad, y con el martirio grabó y afirmó la verdad de su enseñanza. Y eso fue la salvación de la gente en tanto no se organizó en la Iglesia y no tomó como base los principios de la ortodoxia. La Iglesia apareció entonces como una jerarquía, es decir, partidaria de la desigualdad, adulona del poder, enemiga y perseguidora de la hermandad entre la gente, lo que continúa siendo hasta ahora. Pero el sentido de la enseñanza de Cristo fue descubierto por el movimiento filosófico del siglo pasado. Y por eso un Voltaire, al apagar en Europa con el arma de la burla las hogueras del fanatismo y la ignorancia, es por supuesto más hijo de Cristo, cuerpo de su cuerpo y hueso de sus huesos, que todos vuestros popes, obispos, metropolitas y patriarcas, orientales y occidentales. ¿Acaso Usted no sabe esto? Pero es que esto ahora para cualquier colegial no es en absoluto una novedad…
Y por eso, ¿es posible que Usted, el autor de El inspector y Almas muertas, es posible que Usted sinceramente, de corazón, haya cantado el himno al innoble clero ruso, poniéndolo inconmensurablemente más alto que el clero católico? Pongamos que Usted no sepa que el segundo alguna vez haya sido algo, en tanto que el primero nunca fue nada, salvo un sirviente y un esclavo del poder terrenal, ¿pero es posible también que realmente Usted no sepa que nuestro clero se encuentra en el desprecio generalizado de la sociedad rusa y el pueblo ruso? ¿Sobre quién cuenta el pueblo ruso cuentos obscenos? Sobre el pope, la mujer del pope, la hija del pope y el trabajador del pope. ¿A quién llama el pueblo ruso raza de tontos, pillos...? A los popes. ¿No es acaso el pope en Rusia, para todos los rusos, el representante de la glotonería, la avaricia, el servilismo, la desvergüenza? ¿Y acaso Usted no sabe esto? ¡Es extraño! Para Usted, el pueblo ruso es el más religioso del mundo: ¡mentira! El fundamento de la religiosidad es el pietismo, la veneración, el miedo de Dios. Pero el ruso pronuncia el nombre de Dios rascándose el traste. Ante la imagen dice: conviene, se reza; no conviene, tapar las ollas. Fíjese más atentamente, y verá que por su naturaleza es un pueblo profundamente ateo. Hay todavía en él mucha superstición, pero ni huella de religiosidad.
La superstición pasa con los logros de la civilización, pero la religiosidad a menudo se aviene incluso con ellos; el ejemplo vivo es Francia, donde ahora hay muchos católicos sinceros, fanáticos, entre personas instruidas y cultas, donde muchos, apartados del cristianismo, de todos modos persisten obstinadamente en algún dios. El pueblo ruso no es así: la exaltación mística no está para nada en su naturaleza; tiene demasiado sentido común, claridad y sentido positivo en la mente: y es en esto que, quizás, se encierra la inmensidad de sus destinos históricos en el futuro. La religiosidad no ha prendido en él ni siquiera en lo que hace al clero; pues algunas personalidades separadas, exclusivas, que se distinguen por una contemplación fría y ascética… no declaran nada. La mayoría de nuestro clero siempre se distinguió solamente por sus panzas gordas, la pedantería teológica y la ignorancia salvaje. Es un pecado culparlo de intolerancia religiosa y fanatismo; antes se lo puede alabar por su indiferencia ejemplar en materia de fe. La religiosidad apareció entre nosotros solo en las sectas cismáticas, tan opuestas por su espíritu a la masa del pueblo y tan poca cosa numéricamente ante ella.
No voy a extenderme sobre Su ditirambo de la relación amorosa del pueblo ruso con sus amos. Le diré directamente: este ditirambo en nadie encontró simpatía y lo ha arruinado a Usted incluso a los ojos de gente que en otros sentidos Le es muy cercana por su orientación. En lo que hace a mí personalmente, dejo a Su conciencia embriagarse en la contemplación de la belleza divina de la autocracia (eso es cómodo, dicen, y provechoso para Usted); solo continúe contemplándola juiciosamente desde Su maravillosa lejanía: de cerca, no es tan hermosa ni tan inofensiva… Le advertiré solamente una cosa: cuando a un europeo, sobre todo a un católico, lo domina el espíritu religioso, se vuelve acusador del poder injusto, semejante a los profetas hebreos, que denunciaban la ilegitimidad de los fuertes de la tierra. Pero entre nosotros es al revés: a una persona (incluso decente) le agarra una enfermedad, conocida por los médicos psiquiatras como manía religiosa, e inmediatamente ha de adular más al dios terrenal que al celestial, e incluso tanto más de lo debido, que aquel quisiera recompensarlo por su servil solicitud, pero ve que con esto se comprometería a los ojos de la sociedad… ¡Somos pícaros los rusos!...
Recordé todavía que en Su libro Usted afirma como gran e indiscutible verdad como que saber leer y escribir, a la gente humilde, no solo no le es útil sino que le es decididamente dañino. ¿Qué decirle a esto? Lo perdonará a Usted su dios bizantino por este pensamiento bizantino, solo si al volcarlo al papel Usted no sabía lo que estaba creando… “Pero, quizás –me dirá Usted–, pongamos que yo me extravié, y todos mis pensamientos son una mentira; ¿pero por qué me quitan el derecho a extraviarme y no quieren creer en la sinceridad de mis extravíos?” Porque, le respondo a Usted, semejante orientación en Rusia hace tiempo ya que no es una novedad. Incluso no hace mucho fue enteramente agotada por Búrachek con su cofradía. Por supuesto, en Su libro hay más inteligencia e incluso talento (aunque una y otro no son muy ricos en él) que en las obras de aquellos; en cambio ellos desarrollaron un aprendizaje común a ellos y a Usted con mayor energía y mayor unidad, llegaron audazmente hasta sus últimos resultados, entregaron todo al dios bizantino, nada dejaron a Satán; entonces Usted, queriendo ponerle una vela a uno y a otro, cayó en contradicciones, salvaguardaba, por ejemplo, a Pushkin, la literatura y el teatro que, desde Su punto de vista, solo con que Usted tuviera la honestidad de ser consecuente, en nada pueden servir para salvar el alma, sino que en mucho pueden servir para arruinarla.
¿La cabeza de quién podía digerir la idea de que Gógol y Búrachek eran idénticos? Usted se ha puesto demasiado alto en la opinión del público ruso para que éste pueda creer de Usted la sinceridad de semejantes convicciones. Lo que parece natural en los tontos no puede parecer lo mismo en el genio. Algunos estuvieron a punto de detenerse en la idea de que Su libro era el fruto de un desorden mental, cercano a una locura positiva. Pero pronto se apartaron de tal conclusión: claramente, este libro no fue escrito en un día, ni en una semana, ni en un mes, sino que quizás en un año, en dos o tres; en él hay una relación; a través de la negligente exposición se descubre algo premeditado, y los himnos a los órganos del poder construyen bien la situación terrenal del devoto autor…
Por eso se extendió el rumor en Petersburgo de como que Usted había escrito este libro con el objeto de caer como preceptor del hijo del heredero. Aún antes de esto en Petersburgo se hizo conocida Su carta a Uvárov, donde dice con amargura que a Sus creaciones en Rusia le dan un sentido erróneo, luego exterioriza insatisfacción con Sus anteriores obras y anuncia que solamente se quedará satisfecho con Sus obras cuando aquel que etcétera. Ahora juzgue Usted mismo: ¿es posible asombrarse de que Su libro lo haya arruinado a Usted a los ojos del público como escritor y, más aún, como hombre?
Usted, en cuanto yo veo, no comprende del todo bien al público ruso. Su carácter se determina por la situación en la sociedad rusa, en la que hierven y estallan hacia afuera fuerzas frescas, pero que aplastadas por un pesado yugo, sin encontrar salida, causan solamente abatimiento, tristeza, apatía. Solamente en la literatura, a pesar de la censura tártara, hay todavía vida y movimiento hacia delante. Por eso es que el nombre de escritor entre nosotros es tan honorable, por eso es tan fácil entre nosotros el éxito literario, incluso con un talento pequeño. El título de poeta, el nombre de escritor entre nosotros hace tiempo ya que eclipsó el oropel y los uniformes de distintos colores. Y por eso entre nosotros en particular se recompensa con la atención general cada orientación de las así llamadas liberales, incluso con pobreza de talento, y por eso cae tan rápido la popularidad de los grandes poetas, que sincera o insinceramente se entreguen al servicio de la ortodoxia, la autocracia y el modo tradicional de vida.
Un ejemplo patente es Pushkin, al que le bastó escribir solamente dos o tres poesías de adhesión al gobierno y ponerse la librea de gentilhombre de cámara para privarse de repente del amor del pueblo. Y Usted se equivoca intensamente si piensa en broma que Su libro ha caído no por su mala orientación sino por la aspereza de las verdades que Usted habría dicho a todos y cada uno. Pongamos que Usted haya podido pensar esto de los autorzuelos, pero el público ¿cómo podía caer en esta categoría? ¿Acaso Usted en El inspector y Almas muertas le ha manifestado menos amargas verdades, menos ásperamente, con menor verdad y talento? Y él, efectivamente, se ha enojado con Usted hasta el furor, pero El inspector y Almas muertas no cayeron cuando Su último libro se hundió vergonzosamente en la tierra. Y el público en esto tiene razón: ve en los escritores rusos sus únicos guías, defensores y salvadores de la oscuridad de la autocracia, la ortodoxia y el modo de vida tradicional, y por eso, siempre dispuesto a perdonar al escritor un libro malo, nunca le perdona un libro dañino. Esto muestra cuánto hay en nuestra sociedad, aunque aún en embrión, de fresca y sana intuición, y esto demuestra que tiene futuro. Si Usted ama a Rusia, ¡alégrese junto conmigo de la caída de Su libro!...
No sin algún sentimiento de autocomplacencia Le diré que creo conocer un poco al público ruso. Su libro me asustó por la posibilidad de una mala influencia en el gobierno, en la censura, pero no en el público. Cuando corrió en Petersburgo el rumor de que el gobierno quiere imprimir Su libro en muchos miles de ejemplares y venderlo al precio más bajo, mis amigos se abatieron, pero yo les dije entonces que fuera como fuera ese libro no iba a tener éxito, y pronto se olvidarían de él. Y efectivamente, ahora es más recordado por todos los artículos sobre él que por él mismo. ¡Sí, el ruso tiene, aunque aún no desarrollado, un profundo instinto de verdad!
El parecer Suyo, quizás, incluso podía ser sincero. Pero la idea de llevarlo a conocimiento del público fue la más desgraciada. Los tiempos de una ingenua devoción hace tiempo ya que pasaron también para nuestra sociedad. Ello recuerda ya que rogar en todas partes es lo mismo, y que en Jerusalén buscan a Cristo solo las personas o que nunca lo llevaron en su pecho o que lo perdieron. Quien es capaz de sufrir a la vista del sufrimiento ajeno, a quien le pesa el espectáculo de la opresión de las personas diferentes a él, ese lleva a Cristo en su pecho y no tiene por qué ir a pie a Jerusalén. La humildad, predicada por Usted, primero, no es nueva, y segundo, responde de un lado con un terrible orgullo, y de otro con la más vergonzosa humillación de su dignidad humana. La idea de convertirse en una abstracta perfección, de estar por encima de todos con la humildad puede ser fruto solo o del orgullo, o de la debilidad mental, y en los dos casos lleva ineludiblemente a la hipocresía, la mojigatería, el kitaísmo.
Y a la vez Usted se ha permitido cínica y suciamente manifestarse no solo acerca de otros (esto solo hubiera sido descortés), sino sobre Usted mismo, lo cual ya es ruin, porque si una persona que golpea a su prójimo en las mejillas despierta indignación, la persona que se golpea las mejillas a sí mismo despierta el desprecio. ¡No! Usted solo está ofuscado, y no sereno, Usted no ha comprendido ni el espíritu ni la forma del cristianismo de nuestro tiempo. No es la verdad de la enseñanza cristiana, sino el enfermizo temor de la muerte, el diablo y el infierno los que alientan en Su libro. ¡Y qué lengua, qué frases! “¡Ahora toda persona ha devenido una basura y un trapo!” ¿Es posible que Usted crea que decir toda, en lugar de toda, significa expresarse bíblicamente? ¡Qué gran verdad es que cuando la persona se da por entero a la mentira lo abandonan la inteligencia y el talento! Si no estuviera puesto Su nombre sobre Su libro y si no estuvieran incluidos aquellos pasajes donde Usted habla de sí como de un escritor, ¿quién hubiera pensado que esta engañadora y sucia bulla de palabras y frases son obra de la pluma del autor de El inspector y Almas muertas?
En lo que toca a mí personalmente, Le repito: se ha equivocado al considerar mi artículo como expresión del fastidio por Su opinión sobre mí como uno de Sus críticos. Si solamente esto me hubiera enojado, solamente a esto hubiera respondido con fastidio, pero sobre todo el resto me hubiera expresado tranquila e imparcialmente. Pero es verdad que Su juicio sobre Sus admiradores es doblemente malo. Comprendo lo imprescindible que es a veces dar un sopapo a un tonto, que con sus adulaciones, su entusiasmo hacia mí, solo me pone en ridículo, pero esta imprescindibilidad pesa, porque de algún modo humanamente es vergonzoso pagar por un amor errado con la enemistad. Pero Usted tenía en vista a personas, si no con una óptima inteligencia, que de todas maneras no eran tontas.
Estas personas en su asombro por Sus creaciones hicieron, quizás, muchas más exclamaciones entusiastas que las cosas que Usted dijo sobre ellos; pero siempre el entusiasmo de ellos por Usted sale de una fuente tan pura y generosa que Usted no hubiera debido entregarlos de cabeza a los enemigos comunes a Usted y a ellos, y además por añadidura culparlos de intención de dar algún sentido reprobable a Sus obras. Usted, por supuesto, hizo esto atraído por la idea principal de Su libro y por imprudencia, pero Viázemski, este príncipe en la aristocracia y lacayo en la literatura, desarrolló Su idea y escribió de Sus admiradores (es decir, de mí sobre todo) una pura denuncia. Hizo esto probablemente en agradecimiento porque Usted a él, un mal poetastro, lo ha promovido a gran poeta, creo, cuanto yo recuerdo, por su “verso marchito, arrastrado por la tierra”. ¡Todo esto está muy mal! Y que Usted solamente esperaba el momento en que Le fuera posible hacer justicia incluso a los admiradores de Su talento (tras habérsela hecho con orgullosa humildad a Sus enemigos), eso yo no lo sé, no podía, y, hay que decirlo, no lo hubiera querido saber. Ante mí estaba Su libro, pero no Sus intenciones. Leía y volvía a leerlo cien veces, y de todos modos no hallaba nada, salvo aquello que había en él, y aquello que había en él me indignaba y ofendía mi alma.
Si yo hubiera dado plena libertad a mi sentimiento, esta carta pronto se hubiera convertido en un grueso cuaderno. Nunca pensaba escribirle a Usted sobre esto, aunque atormentadamente lo deseaba y aunque Usted a todos y cada uno por medio de la prensa ha dado el derecho de escribirle sin ceremonias, teniendo en vista una verdad. Viviendo en Rusia, yo no hubiera podido hacerlo, pues los Shpiekin de allá abren las cartas extrañas no por su gusto personal sino por deber de servicio, por las denuncias. Pero la tisis que comenzó este verano me expulsó al extranjero y N me envió Su carta a Salzburgo, de donde hoy me voy con Annienkov a París vía Frankfurt-sobre el Meine. La inesperada llegada de Su carta me dio la posibilidad de expresarle todo lo que tenía en el alma contra Usted con motivo de Su libro. Yo no sé hablar a medias, no sé andar con astucias: eso no está en mi naturaleza. Que Usted o el propio tiempo me demuestren que me equivocaba en mis conclusiones sobre Usted, seré el primero en alegrarme de esto, pero no me arrepentiré de lo que Le dije. Aquí se trata no de mi o Su persona, sino de un asunto que está muy por encima no solo de mí, sino también de Usted: aquí se trata de la verdad, de la sociedad rusa, de Rusia. Y esta es mi última palabra de conclusión: si Usted ha tenido la desgracia con orgullosa humildad de desdecirse de Sus obras verdaderamente grandes, entonces Usted debe con sincera humildad desdecirse de Su último libro y expiar el pesado pecado de su salida a la luz con nuevas obras, que recuerden sus anteriores.
Salzburgo, 15 de julio de 1847.
El artículo de Bielinski sobre Pasajes selectos de la correspondencia con amigos causó a Gógol una inmensa impresión. En junio de 1847 él escribió a N. Ia. Prokopóvich: “Leí en estos días la crítica de Bielinski en el segundo número de El Contemporáneo. Parece ser que él ha tomado todo el libro como escrito con respecto a su persona y leyó en él un formal atentado contra todos los que comparten sus ideas”. Con aquel mismo ánimo fue escrita la carta a Bielinski (alrededor del 20 de junio de 1847), que Gógol envió a Prokopóvich con el pedido de que le hiciera una crítica. Bielinski en esta época estaba en el extranjero, en el pequeño pueblo silés de Salzbrunn, adonde lo había empujado una grave enfermedad. N. N. Tiútchev, al recibir de Prokopóvich la carta de Gógol, se la envió, según lo determinado, a Salzbrunn.
En esta carta Bielinski actúa como un enemigo irreconciliable del régimen de servidumbre feudal en Rusia. Bielinski reflejó en ella, como señaló Lenin, “el ánimo de los campesinos de la gleba contra el derecho de la servidumbre”. Después de la muerte de Bielinski su nombre fue prohibido de utilizar en la prensa. Fueron tomadas particulares medidas contra la difusión de la “Carta a Gógol”, cuyo sentido revolucionario quedó claro ya en 1849, en relación con el caso de los petrashevskianos. Por la lectura de la “Carta” las potestades del zar condenaban a la pena de muerte. No obstante, tuvo rápidamente una inmensa popularidad, jugando un gran rol en la historia del movimiento revolucionario ruso de liberación. En el transcurso de dos décadas y media la “Carta a Gógol” no podía ser publicada en Rusia y se difundía sólo secretamente en copias manuscritas. Fue impresa por primera vez en Londres por Herzen, en La Estrella Polar, en 1855. Al leerle Bielinski la carta en París, aquel la comunicó a sus amigos emigrados diciendo: “Esta es una cosa genial, y además creo que es su testamento”.
Esto es una respuesta a las palabras de Gógol, con las que comenzaba su carta a Bielinski (alrededor del 20 de junio de 1847): “Leí con gran pesar su artículo sobre mí en El Contemporáneo, no porque me pesara la humillación en la que Usted quiso ponerme a la vista de todos, sino porque en él se oye la voz de una persona enojada conmigo”.
Gógol se vio obligado a convenir con esta afirmación de Bielinski.
Bielinski aquí parafrasea irónicamente el conocido pasaje del capítulo XI de Almas muertas: “¡Rusia, Rusia! Te veo, ¡te veo desde mi maravillosa y magnífica lejanía!”
Alusión a la idea reaccionaria desarrollada por Gógol sobre “el juicio divino”, al cual está sujeto el justo y el culpable. Gógol recuerda en relación con esto a la mujer del capitán de La hija del capitán, que “al enviar al teniente a juzgar al soldado centinela y la mujer, que se han peleado en el baño por un balde de madera, le suministra esta instrucción”: “Comprueba quién tiene razón y quién es culpable, pero castiga a los dos”.
Proverbio ruso: está traducido literalmente. No podemos explicar de dónde toma su sentido lo de “tapar las ollas” pero de todos modos el proverbio se comprende.
La carta de la que se habla fue escrita por Gógol el 2 de mayo de 1845 en respuesta a la comunicación al ministro de instrucción Uvárov sobre que al escritor le ha sido obtenida una pensión anual de 1.000 rublos por tres años.
La palabra en ruso es “naródnost”, y en cierta forma refiere a eso.
En su carta a Bielinski, Gógol intenta explicar la razón del descontento de muchas personas con Pasajes selectos… por haberles dado “un pequeño sopapo”, que “resultó tan groseramente torpe y tan ofensivo”.
De Kitai (“China”), término usado frecuentemente por Bielinski como sinónimo de retraso, oscurantismo, etc.
Intraducible. Gógol escribe el adjetivo en forma abreviada (vsiak en lugar de vsiakiy), como aparece en la Biblia.
En Pasajes selectos… hay una serie de groseros ataques contra Bielinski, aunque en el libro no sea llamado por su nombre. Por ejemplo, en un capítulo “Sobre la Odisea” leemos: “Solamente algunos últimos lectores, acostumbrados a sostenerse de la cola de los jefes de revistas, releen todavía alguna cosa, sin advertir en su simpleza que los cabrones que los acaudillan hace tiempo que se quedaron pensativos, sin saber ellos mismos adónde conducir sus extraviados rebaños”.
Bielinski tenía todos los fundamentos para calificar como”denuncia” el artículo de P. A. Viázemski “Iazikov-Gógol”, sobre el cual se habla. Viázemski no solamente saludaba entusiastamente Pasajes selectos…, sino que de hecho convocaba a un castigo para aquellos críticos que querían “poner a Gógol como cabeza de cierta nueva escuela literaria, personificando en ella alguna negra bandera literaria”.
En Gógol, en el capítulo: “En qué consiste finalmente el ser de la poesía rusa y su particularidad”: “Este pesado, como si se arrastrara por la tierra verso de Viázemski.”
Alusión al prefacio de Gógol a la segunda edición de Almas muertas (1846).
Gógol fue sacudido por la carta de Bielinski. Escribió una extendida carta en la que de manera muy áspera negaba las inculpaciones de Bielinski. Esta carta, sin embargo, no la envió, la rompió. Los menudos pedazos de papel postal, en el que estaba escrita, los reveló el primer biógrafo de Gógol P. A. Kúpish y restableció casi todo el texto. El 10 de agosto de 1847 Gógol escribió una segunda carta a Bielinski. Esta comenzaba con las palabras: “No puedo contestar enseguida a su carta. Mi alma está agotada, todo en mí está sacudido”. Esta carta se diferenciaba esencialmente por su contenido y tono de la precedente. Gógol aquí ya estaba inclinado a reconocer “parte de verdad” en las inculpaciones de Bielinski (“Sabe Dios, quizás en vuestras palabras hay parte de verdad”).